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El mayor fraude de la historia de la Medicina: las vacunas nunca contribuyeron ni a erradicar enfermedades, ni a salvar vidas
27 de abril de 2023
El mayor fraude de la historia de la medicina, es el mito de la erradicación de las enfermedades infecciosas a través de las vacunas, las cuales se afirma salvaron y continúan salvando millones de vidas en el mundo. Sin embargo ésta es tan solo una creencia que han instalado profundamente en nuestras mentes, a base de repetirnos una y otra vez la misma falacia.
La realidad es muy diferente y voy a demostrarlo a lo largo de este artículo, usando como fuente el trabajo de investigación “Análisis de la sanidad en España a lo largo del siglo XX”, el cual fue aprobado por el Fondo de investigaciones Sanitarias del instituto de salud Carlos III, así como editado tanto por este último como por el Ministerio de Sanidad y Consumo (a los cuales dudo mucho nadie ose acusar de negacionistas o antivacunas).
El sistema que voy a seguir es muy sencillo. En el capítulo “Estudio de las enfermedades transmisibles” de este trabajo (página 73), se encuentran las gráficas de mortalidad de cada una de las denominadas como enfermedades contagiosas a lo largo del siglo XX en España. Así que averiguaremos en qué año comenzó la administración de sus correspondientes vacunas, y comprobaremos si a partir de entonces se produjo algún descenso verdaderamente resaltable en dichas gráficas de mortalidad. De no ser así, podremos concluir que nos han tenido engañados durante todo este tiempo: que las vacunas, ni erradicaron las enfermedades, ni salvaron vidas.
¡Vamos al lío!
Comenzaremos con la vacuna de la difteria. La primera vacuna contra la difteria se introdujo en 1945 pero con “bajas coberturas de vacunación”. El sistema de vacunación se estableció a través de las campañas de 1965 y se instauró en el calendario de vacunación infantil en 1975.
El trabajo aprobado por el instituto de salud Carlos III, nos muestra esto mismo en su gráfica de cobertura de vacunación para esta enfermedad. Pese a que la vacunación se inicio en 1945, no fue hasta el año 1964 cuando comenzó a administrarse masivamente.
¿Y que comprobamos si acudimos a la gráfica de mortalidad?
Comprobamos que en el año 1945 la mortalidad por causa de esta enfermedad ya estaba dando sus últimos coletazos en una línea claramente descendente, salvo por el pico correspondiente a la guerra civil española, y que para el año en el que la vacunación realmente se establece la mortalidad se había reducido a prácticamente 0. Lo que significa que la vacuna de la difteria no tuvo absolutamente nada que ver con la erradicación de la enfermedad.
Con el caso de la vacuna de la disentería se repite la historia. El descubridor de esta vacuna fue Juan Planelles Ripoll, quien tras el estallido de la guerra civil española, fue nombrado subsecretario de sanidad pública para la zona republicana en el mes de mayo de 1937. Y fue entonces cuando descubrió la vacuna contra la disentería. Solo que para el año 1937, la mortalidad por causa de esta enfermedad también estaba dando sus últimos coletazos en una línea claramente descendente.
Si bien aquí se produce la circunstancia agravante expuesta en la gráfica de morbilidad de esta enfermedad, la cual muestra un claro repunte en los casos de presunto contagio de la misma precisamente a partir de la introducción de la vacuna.
Datos de los que bien podría concluirse que la verdadera causa del aumento de la morbilidad de la disentería durante toda la segunda mitad del siglo XX, no fue el contagio de la misma, sino la administración de su vacuna.
Pero aun dejando de lado esta para nada desdeñable hipótesis, lo que sí resulta evidente, es que tampoco la vacuna contra la disentería tuvo nada que ver con la práctica desaparición de la enfermedad.
La vacuna contra la fiebre amarilla entro en uso en el año 1938. Y para aquel entonces, al menos en España, hacía 25 años que la mortalidad por causa de esta enfermedad había prácticamente desaparecido. Por tanto tampoco puede decirse que en España está vacuna contribuyese a la erradicación de la enfermedad.
Ahora nos encontramos con un caso realmente fatídico: el caso de la vacuna contra la hepatitis vírica.
La primera vacuna contra las hepatitis virales fue la de la hepatitis B, que se desarrolló en 1980 a partir de plasma de portadores crónicos. Cuatro años después se obtuvo una vacuna de ADN recombinante.
¿Y qué es lo que nos muestra la gráfica de mortalidad por causa de la hepatitis vírica?
Lo que nos muestra es que, solo una década después de la administración de sus correspondientes vacunas, la tasa de mortalidad por causa de esta enfermedad se había multiplicado por ocho.
Por lo que pudiera dar la impresión de que esta vacuna no hizo sino que enfermar y matar a muchas más personas que la propia enfermedad. A lo que debo añadir que esta vacuna continua presente en nuestro calendario de vacunación y es inoculada en nuestros hijos por cuadriplicado antes de que estos cumplan un año de vida, concretamente a los 0 meses, a los 2 meses, a los 4 meses y a los 11 meses. Por tanto, no está de más recordar a los padres que, al menos en España, ni ésta ni ninguna otra vacuna son obligatorias.
La vacuna de la polio es la única vacuna que, según las gráficas aportadas por el trabajo de investigación que estamos estudiando, sí contribuyó a reducir la mortalidad de su correspondiente enfermedad en España.
Esta vacuna comenzó a administrarse en 1963, y al acudir a la gráfica correspondiente observamos que la mortalidad por causa de esta enfermedad sí cayó en picado precisamente a partir de este año.
No obstante debo decir que, en contra de la versión oficial, los médicos “antivacunas” –a quienes tras la lectura de este artículo nos veremos obligados a dar mucho más crédito que a los oficialistas– no adjudican esta enfermedad a la transmisión vírica, sino a la intoxicación provocada por el empleo del pesticida conocido principalmente con el nombre de DDT, el cual fue también prohibido precisamente por estas fechas debido a su elevado grado de toxicidad. Por lo que, más allá de las apariencias y de ser esto cierto, esta vacuna pudo no tener tampoco nada que ver con la erradicación de la enfermedad. En caso contrario sería, sorprendentemente si nos al resto de los casos, la única excepción a la regla.
La vacuna del sarampión, que fue introducida en el calendario de vacunación infantil en el año 1981, es una nueva muestra de lo absurda que es la idea de que las vacunas erradicaron las enfermedades. Pues para el año 1981, la mortalidad por causa de esta enfermedad ya se había desvanecido por completo dejando a su paso una línea claramente descendente que, obviamente, nada tuvo que ver con la administración de una vacuna que nunca antes fue administrada.
En el caso de la vacuna contra la tos ferina, sucede exactamente lo mismo que en la mayoría de casos ya expuestos. Esta vacuna se incluyó en el calendario de vacunación sistemática infantil en el año 1965, cuando la línea descendente de mortalidad por causa de esta enfermedad había desaparecido casi por completo.
Una década después de la absoluta desaparición de la mortalidad por causa de esta enfermedad, comenzaron a administrarse a nuestros hijos tres dosis en lugar de una, a los 3, 5 y 7 meses de edad. Y actualmente, medio siglo después, nuestro calendario de vacunación incluye 7 dosis. 6 hasta la edad de catorce años, y una más a partir de los 65.
Ahora le toca el turno a la famosa vacuna antitetánica. Y, como no podía ser de otra manera, nos encontramos con que la gráfica del trabajo aprobado por el instituto Carlos III, indica que comenzó a ser inoculada justo cuando la enfermedad estaba prácticamente controlada después de realizar la típica línea descendente que hemos ido viendo en casi todas las enfermedades.
Pero para famosa de verdad, ninguna como la primera de las vacunas: la vacuna de la viruela. La vacuna de la viruela se inventó a comienzos del siglo XIX, por tanto vamos a utilizar una grafica proveniente de otra fuente y de otro país, concretamente de Inglaterra/Gales, para esclarecer que repercusiones tuvo esta vacuna.
Lo que en esta gráfica puede observarse con una absoluta claridad, es que tras la imposición de la vacunación obligatoria contra la viruela en 1855 en Inglaterra, la mortalidad por causa de esta enfermedad no hizo sino que dispararse durante 6 décadas.
No debe, por tanto, sorprendernos, que en el mundo se produjesen multitud de manifestaciones contra la obligatoriedad de una vacuna que no hacía sino que enfermar y matar a la población. Claro que esta no es la historia que nos han contado. Lo que todos creemos a pies puntillas porque nos lo han repetido hasta la saciedad, es que la vacuna de la viruela salvó millones de vidas. Y esta es la madre de las vacunas…
Los datos han sido expuestos. Son oficiales y son contundentes. Prueban que las vacunas no contribuyeron ni a la erradicación de las enfermedades, ni al descenso de la mortalidad causada por ellas. Al contrario. Vacunas como la de la disentería, la hepatitis vírica y la viruela, no contribuyeron sino a un elevadísimo incremento de la morbilidad –y en el caso de las dos últimas también de la mortalidad– de las enfermedades contra las que, supuestamente, inmunizaban.
Por otra parte, lo cierto es que todas vacunas parecieran haber contribuido tanto a la aparición de un sinnúmero de nuevas enfermedades, las llamadas enfermedades autoinmunes –diabetes, esclerosis múltiple, alergias, leucemia, colon irritable, etcétera–, así como a la multiplicación de los casos de autismo en la infancia y del cáncer en la población general. No en vano el advenimiento y elevada proliferación de todas estas enfermedades, insisto en ello, la mayoría de ellas de carácter autoinmune, se ha producido en perfecta sincronía con el de la inoculación de todas estas vacunas que fueron inventadas precisamente para alterar –supuestamente, fortaleciéndolo– nuestro sistema inmune. Circunstancia que a nadie debiera sorprender, ya que entre los componentes de las vacunas encontramos sustancias potencialmente tóxicas para nuestro organismo como lo son el aluminio o el mercurio –timerosal–.
El hecho de que inoculen mercurio en nuestro organismo para evitar que desarrollemos enfermedades, debiera resultar una idea absolutamente demencial para cualquiera que se detuviese a pensar en ello. Pero como una mentira repetida mil veces se convierte en la más absoluta de las verdades, sucede todo lo contrario: lo realmente descabellado es poner en duda la eficacia y seguridad de unas vacunas que ahora sabemos, acogiéndonos a los datos oficiales, nunca protegieron la salud ni la vida de nadie frente a ninguna enfermedad.
Llegados a este punto, debemos dar respuesta a la pregunta fundamental que muchos lectores ya se estarán haciendo: ¿Si no fue por causa del influjo de las vacunas, por qué entonces desaparecieron tantas enfermedades consideradas infecciosas en el mundo y/o descendieron enormemente sus tasas de mortalidad?
El verdadero apogeo de las denominadas como enfermedades infecciosas, se produjo en el mundo durante la Revolución Industrial. Periodo en el que un elevado porcentaje de la población que habitaba en zonas rurales migró a las grandes ciudades, donde terminó viviendo en unas condiciones de miseria e insalubridad tremendas debido a su enorme y atropellado crecimiento. El hacinamiento, las desnutrición, las aguas estancadas y residuales contaminadas con basura y excrementos –a falta de alcantarillado– y las condiciones laborales de aquella época, que incluían jornadas de trabajo esclavizadoras, mermaron la salud y el sistema inmune de la población y fueron causa de la propagación de continuas epidemias. Y fue precisamente a medida que, con el paso de las décadas, estas condiciones de vida fueron mejorando, que finalmente, a mediados del siglo XX, las epidemias causadas por todas estas enfermedades dejaron de causar estragos y fueron desapareciendo para siempre; incluso aquellas como las ocasionadas por la enfermedad de la escarlatina para la que nunca fue desarrollada y administrada vacuna alguna.
Todos estos hechos que aquí han sido perfectamente documentados a partir de datos oficiales, debieran exhortarnos a 1) plantearnos si las denominadas enfermedades infecciosas no debieran ser denominadas y tratadas como enfermedades de la miseria y/o de la insalubridad; y, 2), si existe alguna verdadera razón de salud pública como para exponer a nuestros hijos a la toxicidad de un calendario de vacunación que en España incluye la friolera de 47 inoculaciones más las dos dosis correspondientes a la vacuna más letal y peligrosa de entre todas ellas: las vacunas de ARNm contra la COVID-19.
Las vacunas, todas ellas, solo tienen como propósito el enriquecer a aquellos que, a través del engaño y la falsedad de la propaganda mediática, viven a costa del deterioro de nuestra salud.
A la vista de los datos aportados, solo se me ocurre una razón para que cualquiera de estas vacunas continúen siendo administras a cada día que trascurre en un mayor número: la de beneficiar a las empresas farmacéuticas que, como ya documenté en mi artículo “Los tentáculos de la Fundación Bill & Melinda Gates y la declaración de la pandemia del coronavirus”, pertenecen a quienes gobiernan el mundo ocultos tras la fachada de las todopoderosas Vanguard y Blackrock.